miércoles, 14 de noviembre de 2007

Unas Coordenadas


La convalecencia es un buen lugar para empezar a escribir. He pasado por una temporada de bloqueo que me ha impedido escribir con la fluidez con que me proponía, o mejor dicho, que me ha impedido escribir en lo absoluto. Tengo deudas de palabras e historias que a estas alturas arrastran consigo intereses exorbitantes. El bloqueo se debía, en parte, a la vorágine de asuntos que debían ser resueltos y proyectos que debían ser emprendidos en un periodo de inmediatez, en mitad de un lugar desconocido y ajeno. Al interior de los círculos afectados hablamos de una “sobre-estimulación paralizante”. Una buena dosis de trabajo académico y otro tanto de gestiones adapatativas me tuvieron haciendo malabares hasta hace algunos días que se colapsó el circuito y terminé en la sala de emergencias, en algún momento de la madrugada, y un revoltijo de carne con madera colgado en la boca del lobo del estómago. Unas horas más tarde todavía me presenté a la escuela para concluir una actividad a mi cargo. Hoy no me queda más remedio que quedarme en casa, conocer la insospechada tranquilidad de una mañana como ésta, remendar el circuito roto y escribir lo que se pueda y como se pueda. Disculpa, pues, que sea tan anecdótico, pero para salir de los pantanos silenciosos hay que echar mano de cualquier cuerda.
Sumadas a esta retahíla de falsas tragedias están algunas consideraciones de orden metanarrativo que atravesarán lo que se diga y que sin duda son influencia de la meticulosidad discursiva y teórica que ha caracterizado a l@s europe@s en el desarrollo de las ciencias humanas y sociales, y a la que se entregan con un placer voluptuoso similar al de las pasiones culinarias. El primer asunto se refiere a la tensión entre “lo público” y “lo privado” como categorías institucionalizadas e institucionalizantes, que prescriben cuales son las cosas que han de decirse o no, qué debe o no publicarse y en qué medios y bajo qué matices y recursos estilísticos. En pocas palabras, partir de una (determinada) distinción entre lo público y lo privado implica sujetarse a un orden previamente negociado que abre unas posibilidades narrativas y cierra otras. Discutir esto aquí y así, por ejemplo, puede parecerte un poco absurdo o innecesario o cuando menos chistoso. Lo cierto que esta idea hacía su ronda y hoy, a esta hora, camino con las epistemologías post-modernas que apuestan a que hacer una distinción “real sustantiva” al interior de la dicotomía en cuestión resulta un armatoste estorboso para aproximarse al mundo y para contarlo. ¿Se escribe entonces en una posición indefinida entre lo uno y lo otro, o desde la noción de que estas categorías son esencialmente cambiantes? Esto acaso confiere algo bizarro o inteligible a la mirada y al texto.
Otro asunto que contribuyó al bloqueo fue la duda viral que acompaña siempre en el trayecto que va de la evocación de la experiencia a la elección de las palabras. Ya sé que apelar a esta noción resulta hasta vulgar, pero podrás entenderme mejor que nadie. Cómo se puede contar lo que sentirás o sentiste la primera vez que entraste o entrarás en el Mercat de la Boqueria y se viene encima una avalancha de olores de guisos y especias de todos los confines, los crustáceos tenebrosos a un paso de saltarte encima, y los colores de los vegetales, las carnes, las semillas que forman patrones psicodélicos espontáneos y el bullicio y la música y los sabores asentados en el paladar y las narinas que filtran todo eso en una especie mosaico extravagante de comidas y símbolos multilatitudinales. O cómo se puede relatar una caminata y una comilona en el mercado principal de San Cristóbal o un tren que pasa (porque realmente pasa) bordeando un estadio sumido en la noche con miles de personas apretujadas que tuvimos como telón de fondo el riff que inaugura The Wall. O mirar las inmensas cataratas del Niágara vertiendo agua revolcada que si no fuese por la inercia de la corriente estaría convertida en hielo y la nieve que lo pinta todo de blanco alrededor. O lo que se puede vislumbrar cuando uno camina en el cerro, hacia o desde los campos habitados por las vacas. O lo que se intuye, apenas se intuye con la piel, cuando en la madrugada, tumbados. Escribir determina aquello de lo que se escribe, lo encierra en la cápsula de la palabra y la narración, y entonces esa ola de sensaciones y ánimos queda fija como un retrato que, inevitablemente, incluye unas cosas y no otras y describe el panorama desde una mira nomás. Escribir es también una renuncia. Un buen día podré despertar desconociendo mis palabras. O el significado se me va a amotinar y va dejar hueca la nave. Qué ganas de escribir desde el ojo de dios.
De manera que la forma que encontré de romper con el silencio, fue a través de un relato que no cuenta nada. Que apenas esboza unas coordenadas borrosas desde donde se mira o se escribe (si es que no son, en principio, la misma cosa), unas coordenadas que serán otras mañana. Corre cámara, pues.

2 comentarios:

Norma Orozco dijo...

Aparecido!!!!
Tus palabras se volvieron un espejo.

Antar-remolino de sensaciones crustáceas... barcelonetas. Te leo y me lleno de nostálgia, de frio, de vino tinto de tapas y sobre todo de noches largas e intensas.

Enhorabuena amigo

te extrañamos
Norma

Miguel Aram dijo...

Por lo menos decidiste romper el silencio, que ya es ventaja.

Te estaré vigilando desde la oscuridad, así que escribe!

Un abrazo. Saludos