domingo, 24 de mayo de 2009

Tres fotos de Andalucía

I
La primera sensación que despierta asomarse a Andalucía es la de estar cerca del corazón de España, al menos de la España típica de las imágenes turísticas que se venden hacia afuera de las fronteras. Vaya –uno piensa-, esto sí se parece a la leyenda. Muy pronto esta sensación fue secundada por una guía de viaje que conseguimos por allá. “Parece que en Andalucía se dan cita todos los estereotipos españoles: cuna de toreros y flamencos, repleta de pueblos encalados y ásperas sierras”. Ciertamente. Pero rascando un poco más uno se encuentra con una diversidad bien anclada en la geografía de aquellas tierras o, mejor, una diversidad como geografía de aquellas tierras. El paisaje cambia mágicamente de un kilómetro a otro. La costa del Atlántico. Las playas del mediterráneo. Las callejuelas del Albaicín. La sierra nevada. El caserío rural incrustado en el cerro y los palacios árabes. La tierra crujiente de seca y los jardines del Generalife. Si algo, las imágenes andaluces sugieren sobre todo, y paradójicamente, la imposibilidad del estereotipo, de la descripción monolítica. En todo caso, abruma la presencia de una sopa de culturas, historias y siglos, a veces indistinguibles. Nada es puro, y esta sentencia te revienta bajo los pies en las tierras andaluzas. Todo es una mezcla de unas materias anteriores que a su vez son una combinación de… Aquí, por ejemplo, están evocadas las manos árabes que contribuyeron a modelar la talavera poblana, las especias gitanas que condimentan el salpicón. El parentesco es impresionante.

II
Con sus debidos y matices y sus apropiadas distancias, en Andalucía también se cristaliza la idea del Sur global que impregna todos los rincones del mundo. Algo hay en el vapuleado Sur, pobre de toda la vida, que donde que quiera que se encuentre ha sabido bordar colores y tibiezas a pesar de lo tupido con que la historia le ha caído encima. Este Sur también gana en músicas y en ritmos, en formas y en sonrisas, en esperanzas y alegrías, en danzas y en comidas que saben a muchas cosas. Tierras de viajeros de migrantes de desterrados que tiene por casa nomás el zapato y van poniéndole sal a los caminos. El humor relajado y afable, la mirada despierta, el talle de las sevillanas (uy) con su perpetuo cantao. Yo no sé si sea que el florecimiento de la alegría esté peleado con la acumulación de riqueza (entendida ésta última en términos de las sociedades occidentales post-industriales), pero a Andalucía no le ha hecho falta hacerse del los mitos primermundistas europeos para cantar y zapatear con ganas. Olé.



III
En una barda granadina:

sábado, 4 de abril de 2009

Crónica de un 18 de Marzo

[Comparto una crónica escrita por una amiga que estuvo en el centro del huracán durante el desalojo estudiantil del pasado 18 de marzo por parte de los mossos d' escuadra (policía catalana). De manera muy breve y general, el contexto es el siguiente: el movimiento estudiantil que había decidido, después de mucho demandar diálogo a oídos sordos, tomar (entre otros) el rectorado de la Universidad de Barcelona/los estudiantes buscaban generar presión para detenar la imposición y asunción acrítica de una reforma educativa con muchos puntos problemáticos y poco discutida/ una vez que el movimiento estaba ganando fuerza y alcanzando un buen nivel de organización, he aquí lo ocurrido a los estudiantes que pernoctaban en el rectorado, como una estrategia pacífica de presión política. La crónica está originalmente en catalán, cualquier error o infortunio en la traducción es responsabilidad mía.]

Crónica de un 18 de Marzo
Nerea Miralles Aguilar
Eran casi las 5:30 a.m. y dormía plácidamente aferrada a las sábanas, cuando de pronto un ruido me despertó, - “los mossos, los mossos!” gritaban los compañeros, yo todavía en la cama sin entender muy bien qué estaba ocurriendo, esperando cualquier señal que extirpara aquella situación de la ciencia ficción o la paranoia colectiva en que habíamos sido ahogados estos últimos días. “Tenéis dos minutos!” sentenció una voz grave al fondo del pasillo y bien pronto reconocí las botas, el casco y la porra, bien fácilmente aquel ruido contundente de los pasos masivos que se acercan y que tanto me había costado borrar de mi cabeza tras todo aquello ocurrido en la Pompeu Fabra. Eché un salto de la cama buscando alguna ropa que ponerme encima, que me tapara ante aquel extraño. “Dejáis los móviles!” gritaban, pero la oscuridad y los nervios me impedían hacer cualquier cosa que no fuera temblar. Diferentes voces iban notificándonos que nuestro tiempo se agotaba y que habíamos de ir saliendo, así que decidí coger ropa paulatinamente y marchar antes de que las advertencias se convirtieran en golpes de porra, después de todo, hay cosas que se aprenden muy rápidamente.
Saliendo de la zona donde dormíamos, los compañeros se aglutinaban sentándose en las escaleras, custodiados por decenas de mossos. Pensaba en aquel libro de Primo Levi “Si esto es un hombre” y me venían a la cabeza pequeñas imágenes que él explicaba sobre los campos de concentración. Las expresiones de mis próximos eran las de una derrota inesperada y yo, acompañada por dos mossos, cogí un lugar para esperar a saber que harían con nosotros. De golpe todos juntos decidimos hacer “arrancacebes” que es un método de resistencia pacífica donde todo el mundo se toma de pies y manos a las personas que tiene al lado para complicar el desalojo forzoso. “Llamar a los medios! Avisad a los compañeros!” Susurraban entre dientes y, a escondidas, enviábamos mensajes de ayuda.
“Quien quiera salir ahora mismo por su propio pie no tendrá ningún problema, a los que se resistan se les aplicarán vías penales?” En aquel momento la tensión se podía masticar y una persona decidió marchar, el resto (53 aprox.) nos preparamos por las consecuencias que sabíamos, tendría nuestra decisión. “Ahora quien quiera, habrá de levantarse y coger aquellos objetos personales que le sean imprescindibles, después, todo lo que se quede, pasará a ser propiedad de la universidad. “Yo tengo mi ordenador” dijo un compañero y se puso de pies, un mozo lo sujetó, “Habéis dicho que podía coger sus cosas!” replicó una compañera. Pero no obtuvimos ninguna respuesta. Entonces los mossos procedieron a hacer el primer desalojo precisamente con este compañero, él opuso resistencia mientras gritaba “mi ordenador!” y entonces tres mossos más se acercaron y le inmovilizaron, mientras lo golpeaban y le presionaban la cara con la rodilla contra el tierra. Todos mirábamos boquiabiertos y gritábamos que pararan. Hoy, este mismo compañero, tiene una fisura de rótula y múltiples contusiones, además de un mes de escayola.
Una cámara accedió al lugar, tenía un gran foco blanco que nos dificultaba la visión e iba grabando todas nuestras caras. Cuando el foco marchaba, los mossos continuaban con su trabajo, te doblaban las muñecas hasta que gritabas y te desenganchabas, te estiraban de los agujeros de la nariz... después te arrastraban de los brazos por las escaleras y a menudo, cuando perdíamos de vista a los compañeros que apartaban, escuchabas los gritos y el estomago se te hacía mármol. Cuando la cámara estaba presente, sencillamente permanecían inmóviles y silenciosos, expectantes. “Que alguien haga fotos!” murmuraban mientras los compañeros eran torturados, pero nunca han llegado a ver la luz estas instantáneas. Un hombre joven subió las escaleras, llevaba una capucha y un pañuelo que le tapaba toda la cara, solamente se le podían ver los ojos. Iba vestido de calle pero hablaba con los “cabezas” y se paseaba por todo el espacio. Sinceramente, la situación superaba todas las teorías conspiratorias que habíamos podido articular durante todas aquellas noches en el rectorado.
Dado el pánico silencioso que empezaba a respirarse alguien decidió iniciar un monólogo humorístico con el que todos reíamos e intentábamos que el miedo se nos escapara por la boca en forma de carcajada nerviosa. Una herramienta para escaparnos de aquella situación que nunca nadie imaginó vivir. Sin embargo, poco nos podía durar la risa cuando comprobamos que empezaba a amanecer y los métodos utilizados por ellos eran cada vez más duros. Cogieron a un compañero que se resistía, gritaba incesantemente y, de golpe, su voz se transformó en un ‘gemido’; efectivamente y sin acabar de creerlo, descubriremos que los mossos le estaban presionando el cuello hasta estrangularlo con el fin de que se desenganchara. Intentaba hablar y sus palabras se ahogaban en el camino, nosotros sólo sabíamos protestar desesperados y tragarnos las carcajadas que antes habían destensado tanto el ambiente.
La gente iba siendo arrastrada, cada vez éramos menos y sabíamos perfectamente cuáles eran las consecuencias para los últimos. Uno de los compañeros más parlanchines, al que nombraremos "Ricardo", uno de los que más había calmado los ánimos repitiendo que 'no nos pasaría nada', que 'no teníamos que hacer nada que nos pusiera más en riesgo del que ya estábamos' y que 'ya sólo quedaba resistir' fue guardado para el final, con mi grupo. Los mossos lo miraban y se decían cosas entre ellos al oído. Sabíamos que la cosa no iría bien, todos habíamos estado en el desalojamiento de la Pompeu Fabra la semana anterior por el encuentro de asambleas y teníamos conocimiento de hasta qué punto los mossos pueden recordarte, a ti y a tu nombre.
Escuchábamos a los compañeros afuera gritando consignas y nos habían avisado sigilosamente de que ya estaban todos los medios afuera. Bien - pensé- al menos no quedarán impunes. Más tarde que pronto llegó mi turno y una mano se puso en mi cara para impedir que respirara, poco después, viendo que no era efectivo y resultaba demasiado visual, cambiaron a la técnica de dedos en la nariz y en la boca. Estaba angustiada y gritaba para que me soltaran y en un movimiento reflejo (y digo 'movimiento reflejo' porque así fue y no me avergonzaría reconocer si por el contrario, hubiera sido intencionado) cerré la boca y mordí el dedo a uno de ellos, lo único que conseguí fue que las manos del mosso que tenía detrás me rodearan el cuello y empezaran a presionar cada vez más fuerte; yo llamaba para que mis compañeros se dieran cuenta de ello, pero no conseguía que nada saliera de mi garganta y el oxígeno se me acababa. En cuanto que me solté fui arrastrada por esos brazos escaleras abajo hasta la mitad, donde me dejaron en el rellano. Sentí muchas ganas de vomitar y las arcadas eran continuas tirada en el suelo. Un mozo plantado en mi lado me miraba a cola de ojo sin inmutarse y yo sólo acerté a pensar que éste era uno de los momentos más degradantes de mi vida. Comprendí que no podía esperar que aquellos hombres que tenía en frente se dieran cuenta de que simplemente intentaba luchar pacíficamente por una cosa en la que creía, de que no les había tocado ni un solo pelo, de que no merecía lo que me estaban haciendo. Supe pues que de nada serviría defenderemos ya que cada acción que hiciéramos sería devuelta por triplicado y qué solos quedaba "aguantar el tirón" para aceptar que la 'justicia' tiene diferentes significados según quien la aplique.
Llegado el momento bajaron a "Ricardo" y lo pusieron a un metro de mí y de otra compañera, los tres por separado. Nosotras dos estábamos sentadas pero a él lo tenían inmovilizado por los dos brazos con la cabeza en el suelo aunque en ningún momento se mostró agresivo, sencillamente se negó a marcharse al igual que el resto. "Soltadme, por favor, no me escaparé, me hacéis daño" les decía el compañero, pero nada se podía esperar de los muñecos de hierro que no hacían más que desafiar los límites de su tejido óseo. "Parad!" grité, "que no veis que no está haciendo nada? ¡Parad!”, "Calla!" - me contestó aquél que había permanecido pasivo en mi estado decadente anterior-," ¿Cómo queréis que calle? ¡Dejadlo estar y me callaré, de verdad!” entonces uno de los mossos cercanos alargó el brazo y me golpeó en la cabeza, haciendo que rebotara contra el muro. Callé.
Cuando vimos la dureza con la que trataban a Ricardo yo y la otra compañera, esperándonos lo peor, empezamos a armar escándalo para que él fuese el primero de los tres en marcharse. “¡Ricardo, no sigas delirado y no dejes que te guarden para el último, ya sabes cómo van las cosas, sal ahora!" Él coincidió con que era la mejor opción y se marchó. A continuación bajaron a la otra chica y me preguntaron nuevamente "saldrá por su propio pie, señorita?" (todavía me pregunto qué tipo de persona te arrastra por las escaleras y después te trata de Usted), "¿Tú piensas que puedo salir por mi propio pie después de lo que estáis haciendo?" - contesté - entonces me cogieron de los brazos y la camiseta con la infortuna de que ésta se levantó hasta la cabeza y como era el pijama quedé totalmente desnuda de cintura hacia arriba. En esta situación fui arrastrada durante toda la segunda parte de las escaleras, con aproximadamente 20 mossos dispersados por todas partes presenciando la escena, hasta que me dejaron tirada en el suelo y segundos después alguien me tapó nuevamente. No sé si fue aquello que acostumbran llamar "shock", sin embargo alguna cosa pasaba que me impedía incorporarme por mí misma y me dejaba totalmente inmóvil, mientras tenía grandes dificultades para creer lo que estaba ocurriendo.
Una mano me sujetó, éramos el grupo del principio, volvíamos a estar juntos. Les hice un gesto de complicidad, pero uno de ellos miraba el suelo con los ojos bien abiertos, supongo que él tampoco conseguía entender qué estaba pasando y no se trataba de forzarlo. En esta situación nos sacaron uno a uno mientras nosotros continuábamos explicándoles que esta ocupación estaba cargada de contenido y no podían seguir ignorando el motivo por el cual hacíamos resistencia pacífica. Mientras esperábamos dos mossos que continuaban a mi izquierda se recreaban "Ja, ja ... ¡verás a aquél cuando se quede sólo, va a pillar!" Y reían nuevamente. Me disponía a decirles alguna cosa cuando la compañera me tranquilizó: "lo hacen simplemente para provocar... no les hagas caso", así que asentí y les di la espalda para no ver más sus gestos y su fanfarronería.
Cuando fui la última, me quedé en silencio preguntándome si merecía la pena intentar razonar con ellos o descargar mi rabia ahora que ya no estaba ningún compañero para frenarme. Pero, entonces el "jefe" empezó a decir alguna cosa y todos miraron hacia el fondo quitándome la vigilancia, situación que el mozo que estaba detrás de mí, el provocador, aprovechó para encarrilarse y engancharme una patada en la espalda que yo respondí gritando como una poseída. El resto de mossos que no habían presenciado la escena se giraron alarmados por mis gritos y entonces me pusieron la mano en la cara nuevamente, para intentar dificultarme la respiración mientras me presionaban aquello que ellos llaman "puntos de dolor", aquéllos que no dejan marca. Me sujetaron entre dos y me llevaron, finalmente, a tomarme los datos. Intentaba sacar la documentación, pero me temblaban las manos y lloraba; eso todavía me hacía sentir más estúpida. Entonces la "persona" que había estado toda la noche al otra lado del mostrador, ajeno a todo aquello ocurrido 10 metros más allá, mirando mi DNI aprovechó para consolarme: "Vamos Nerea, no llores..." a lo que yo, con mucha educación le contesté mientras los dos mossos me sujetaban forzándome la muñeca: "Si tú estuvieras en esta situación, no llorarías? ". Bajó la mirada, ya no sé si por empatía o por indiferencia absoluta, la cuestión es que poco me importó en aquel momento, y entonces mis "acompañantes" pidieron refuerzos para sacarme fuera mientras yo llevaba la cuenta regresiva de lo que quedaba para que mi muñeca se luxara definitivamente. Así fue que salí, momento que "La Vanguardia" aprovechó para congelar en píxeles, dejándome toda una semana en la que nadie a mi alrededor ha podido hablar de otra cosa.
Y yo me pregunto, cuando la gente comenta y condena duramente el hecho de "echarnos" como una traición al diálogo y el estilo democrático, qué pasaría si hubiesen estado adentro con nosotros. Si ahora no pudieran abrazar a sus compañeros porque todos están llenos de contusiones. Si te hubieran estrangulado, golpeado y arrastrado semi-desnudada por unas escaleras; dónde quedaría entonces 'bolonya' y 'la lucha por la universidad pública'. Dónde quedarían los señores Dídac Ramírez, Josep Joan Moreso, Lluís Ferrer y su decisión de borrar a los "anti-bolonya".
Resulta inevitable sentirse incómoda con este carácter ‘victimista’ que impregna la narración de los hechos y estos últimos días de mi vida, sentirse incómoda cuando pienso y sé que nunca seré capaz de “demostrar” el ocurrido, ni una imagen, ni un número de placa; que nunca mi palabra valdrá más que la de un mosso d'esquadra utilizado por el Estado.
Hoy el señor Saura admitía posibles "errores" y yo hago un llamamiento a cuestionarnos si puede ser la agresión un error cuando hablamos de una lógica represiva, y si no es que el grado de violencia está en función del deseo con que se anhele el objetivo. Y ya que reconoce un posible "exceso" de contundencia por parte de sus agentes ¿Para qué continúan llevando pistola? ¿A qué estamos esperando?, ¿Qué significa que los sindicatos de Mossos no comparten esta condena? Señor Dídac y señor Ferrer ¿Dónde está la línea roja de los mossos?
Por otro lado no me queda sino estar agradecida de haber descubierto que somos muchos los que creemos en que otra educación es posible, una verdadera revolución pedagógica, una educación crítica, donde se formen profesionales, pero también pensadores. Donde el conocimiento sea una herramienta para la evolución social y personal, y no para el interés de una minoría directiva-empresarial. Donde las personas ganen herramientas y recursos, no dogmas, ni automatismos, ni mecanismos de actuación incuestionables. Donde entrenarse únicamente para ser laboralmente efectivo sea, sencillamente, una opción más a elegir, de entre tantas otras.
En último lugar, quisiera invitar, invitaros, invitarnos a no hacer una lectura fácil, una lectura puntual de los hechos ocurridos los últimos días, ya que ha llegado el momento de posicionarse y aceptar que estos incidentes no son más que el fruto de muchos años en que la expansión del pensamiento acrítico, la precarización laboral y el malestar colectivo han producido la creación de nuestro propio archipiélago social donde todo se demasiado lejano y nada es lo suficientemente 'importante'. Os pido entonces vuestra colaboración para que las personas responsables del estrés psicológico que todavía nos impide dormir con normalidad, asuman la responsabilidad de sus actos.

domingo, 15 de marzo de 2009

París es una palabra


El otro día me estaba imaginando que París es sobre todo una palabra. Paris, Parys, Paříž, Parizo, Parisi, Parigi. Es como una ciudad de palabras que son también pisadas y voces y paredes. El corazón de París son sus historias, sus sucesos nimios y extraordinarios, su colección de anécdotas cuasi-mitológicas. Y pensaba que a lo mejor París es París por los cuentos que se cuenta a sí misma, por los sueños que la sueñan desde tierras muy lejanas o al ladito de su arteria fluvial. Un montón de sueños enredados de las legiones de viajeros que han arribado a través de los siglos a sus huestes, y que siguen configurando un mosaico multicolor y mutante. Por ejemplo, esta ciudad ha sido erigida con los versos de Baudelaire como ladrillos, con las pinceladas de Delacroix, con las tramas de Víctor Hugo, con el último deslizamiento del adagio de Chopin para piano y cello, con los replanteamientos explosivos de Voltaire-----Descartes----Sartre---Foucault—Deleuze-CamusBecketBatailleIionescoVallejoetcétera… Y a lo mejor París también es el rumor de batallas añejas, las herencias de un imperio que una vez dictó, que traficó a media África, que mató y se expandió como una bestia hambrienta. Pero también es su entretenimiento haute couture, su vanguardia de peinados, sus gatos callejeros y guardianes de Monmartre. Quizá es también unas palabras que son el aliento de ejecutivos orondos, de estudiantes revoltosos, de nostalgia de clochard. O, mejor aún, París es precisamente ese encuentro, esa conversación esquizofrénica y seductora, esa invención de colores. Un punto que atrae al mundo como un abismo, como un agujero negro y que luego se nutre de ese mundo capturado, jalado hacia sus tripas, para vomitar esa misma invención que es París como un exabrupto universal, invención que a su vez sirve de carnada para…/ O sea que París es ese intercambio, esa sopa de conversaciones, veredictos, besos, fotografías, sonidos, locuras, adioses, muertes y sin razones que la humanidad le va depositando a su paso. Y pensaba que la magnificencia de sus palacios, la pompa de edificios y vías, la majestuosidad con que se alzan sus torres y se tienden sus calles, son sencillamente los ornamentos con que se pretende enmarcar eso que es vaporoso y etéreo, que no se puede atrapar con una foto, pero que matiza cada piedra, cada loza, cada esquina del Latin Quartier. El cemento de la ciudad parece nada más que el envoltorio de esa bruma de existencias, la cajita que contiene esa sedimentación secular que sólo puede ser respirada, que engorda con cada nuevo paso de cada nuevo vagabundo universal arropado por sus portales, con cada nueva generación de palomas, con cada tren que la penetra. París me dijo que la realidad tangible es parida por las imaginaciones. Por ejemplo, me dijo que son las caminatas las que sostienen a los puentes, y no al revés. Y los puentes no son otra cosa que la encarnación -la “enpiedrazón” o “enrrocazón”- de las incontables peregrinaciones que han querido pasar al otro lado del Sena, desde el inicio de todo. Por eso pensé que París es una palabra dicha de múltiples formas. Una palabra como un gesto, un gemido, unos ojos perplejos, una novela, una herida, una furia, un sudor, un trago, una liberación, un frío, una sombra, un rezo, una fiesta, una taza de café, un degollamiento, una bocanada, una ventana abierta desde donde sale luz. Y pensaba eso. Que París es la reiteración incesante y profusa de sí misma.